Relieve, clima y agua se constituyen en los grandes formadores del paisaje del APM. La alternancia de épocas lluviosas y secas, de aguas bajas y altas, y una topografía casi plana, son las claves que permiten interpretar sus ecosistemas. Anualmente la llanura se inunda, formando parte de su ciclo natural, marcando su ecología y afectando a casi todos los aspectos del paisaje físico y cultural: drenaje, suelos, vegetación, vida silvestre, uso de la tierra y comunicación. Un régimen muy irregular y sujeto a frecuentes, cortas y bruscas crecidas. Una llanura ni terrestre ni acuática conformada por paisajes móviles. Las actividades humanas forman parte de este paisaje. Incendios, naturales o provocados, y ganado vacuno introducido hace unos 300 años, influyen en la composición de pastizales y bosques, y se suman al ciclo de inundaciones anual.
La vegetación de ribera está influenciada por las cíclicas subidas y bajadas de las aguas, barrera protectora que impide la erosión y amortigua la inundación. A lo largo de las corrientes de agua más o menos permanentes encontramos agrupaciones arbóreas con alturas que varían de 4-40 m.
En los cuerpos de agua y suelos inundados.
Las pampas o sabanas se presentan en nuestra mente como un continuo de pastos. Sin embargo, al observar este paisaje en el APM, a pesar de su escasa extensión, sorprenden los diferentes tipos de vegetación que prosperan en relación al mosaico de tierras emergentes e inundadas.